El era amigo de un amigo, periodistas ambos, a la sazón trabajando para el diario “El Día”. Yo, un gurí que terminaba su carrera de Ingeniero, con un buen empleo en un banco internacional. De esto ya hace más de 26 años…
Nuestro común amigo, entre whiskey y whiskey, me habló de él. Me contó que tenía un amigo que estaba “en la mala”, y que precisaba una mano; concretamente, había que conseguirle un pc y una impresora, para que hiciese unos trabajos que necesitaban una impecable presentación y así hacerse de unos pesos. La palabra de mi amigo era más que suficiente. Tenía un pc que podía prestar. El “Mono” me pasó su teléfono, lo llamé, me presenté y le dije porqué lo llamaba. Al otro día caí por su casa con una XT de 4.77 Mhz y una impresora de matriz de puntos en la valija del auto.
Hay que reconocer que era “entrador”. Uno de esos tipos que te ganan el lado jovial, el lado de la confianza. Tremendamente culto, multioficios, conversador incansable… Un tipo que tanto te hablaba de la situación (jodida por aquel entonces) financiera internacional, como de blues, como de lo embromado que era manejar 5 o 6 horas un camión habiendo comido un asado con ensalada rusa en la ruta. Ese día, nos tomamos una botella de “Juancito Caminador” mano a mano, hablando de bueyes perdidos. Le dejé el pc y ,“pronto para el horno”, me fui a casa.
Al otro día, a la tarde, me llamó. Quería saber cómo hacer para instalar un programa que precisaba. Sí, siempre fue un llenahuevos muy ansioso, solo conocía la inmediatez y la eficiencia. Rumbeé de nuevo para su casa, dispuesto a darle una mano. Cuando me dijo lo que quería instalar, casi me caigo de culo… era un programa de astrología. Obviamente, empezaron las preguntas de mi parte, a las que el tipo respondía sin vueltas. Antes de irme, medio como disculpándose, me dijo que me quería pagar, pero que de momento andaba sin un mango… le dije que no se preocupase, y entre risas y medio al pasar, le comenté que me hiciera la carta natal, que con eso “arreglábamos” la cosa.
Pasaron unos días y me llamó. Me dijo que había terminado todo, que fuese a buscar el pc y la impresora. Allá fui. Al llegar, intercambiamos las trivialidades de rigor. Le pregunté si la máquina le había servido, si todo había salido bien. Me dio una mano para embalar todo de nuevo, y al terminar me dio un sobre. Ahí estaba mi carta natal. Le pregunté si podía leerla ahí, ya que si me surgían dudas lo tenía a mano para preguntar, y me dijo que sí. A todo esto, ya había aparecido una botellita de whiskey de “boa qualidade”.
(Yo había estado, como parte de un convenio de intercambio entre la UDELAR y la UFBA, dando clases en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Federal de Bahía durante 2 semestres. Salvador me sedujo… Sus calles y sus misterios, sumado a la mística que en mí había generado Jorge Amado desde hacía tiempo, me hicieron definirla como mi “lugar en el mundo”.)
En la carta natal había un rastro que él había dejado… Hablaba, como al pasar, de “Júpiter, ese Xangô Nigeriano…”. Le pregunté que sabía de Xangô… Ahí el tipo se sinceró, y me dijo quién y qué era. Hablamos hasta la madrugada. Mi formación científica fue doblegada por las demostraciones empíricas. Orixá, esa noche, terminó siendo una clase de física y termodinámica. Le conté que en Salvador había estado en un candomblé. Me preguntó en cual. Cuando le respondí, se cagó de la risa. Me dijo que era para turistas. Le pedí que si cabía la posibilidad, cuando abriese un xiré en su Ilé, me invitase. Quedamos así.
Al tiempo llamó. Me invitó a un candomblé. Recuerdo que fue un 23 de marzo, el año ya no importa.
Recuerdo que llegué temprano, casi MUY temprano. El Ilé era un hormiguero de gente vestida de blanco, que cocinaba, limpiaba, ordenaba y se reía. El tipo, muy sereno, sentado detrás del escritorio de la “oficina”, supervisaba sin ver, respondía preguntas, daba indicaciones…
Al rato, todo comenzó. Se cantaba para Xangô. En la rueda de encantados, Xangô Agodó montó su caballo, una iyawó. Magnífico en su danza, soberbio. Fue retirado al pejí y adecuadamente pertrechado, retornó al xiré. Yo estaba conmovido. En un momento dado, se encaminó hacia mí, echó rodilla en tierra, tomó mi mano y me dijo: “Llegaste”… Nunca más me fui…
Ha pasado una vida desde entonces. Mi amigo, el que me habló de él, solo es el “Mono” en la vida “civil”. En el Ilé es uno de los doce Obag de Xangô, es Moshico ti Aganjú, Ojú Obag de Xangô Afonjá. Y yo, bueno, yo dejé hace muchísimo de ser ese gurí de allá y entonces; hoy soy Sajemi ti Alafim.
Moshico, Oduogui, Irulegui, Palé, Obicô, Laureou, Oiá Genán, Sholim, Oiandá y tantos, tantos otros, somos lo que somos gracias a él. Gracias al Babalaô Numo Airá ti Xangô Afonjá ti Ijexá.
Juan es mi amigo, meu parceiro, meu camará… Babá Numo es mi padre, mi zelador de Orixá.
La del 24 fue una partida dolorosa, muy dolorosa. Hemos perdido, desde el punto de vista religioso, un referente. Desde el punto de vista humano, perdimos a un hombre al que valía la pena conocer.
Juan, el “Gato Afonjá”, Babá Numo, fue antes que nada UN HOMBRE. Con sus luces y sus sombras. Formado y fundamentado, arrogante, tenaz, luchador. Padre, esposo, amante. Amigo, camarada y compinche. Disciplinado. Para él solo existía una forma de hacer las cosas: HACERLAS BIEN.
Como sacerdote, generoso en la doctrina; tolerante en las preguntas; azuzador de interrogantes; formador de valores… sí, también exigente, calentón. Lo que exigía para sí, también lo exigía a los demás (“pará un poquito, si yo lo hago bien y no tengo tres huevos, ¿porqué carajo lo hacés mal vos, que sos igual que yo?!?!?)
En definitiva, una gran persona, que brilló con luz propia.
El “civil” que también soy, ya se despidió… Con lágrimas, muchas lágrimas egoístas. Esas que se sueltan por aquél al que vamos a extrañar tanto. (¿Tenías que morirte, sorete!?!?)
El religioso, Babá Sajemi ti Xangô Alafim Abomim Djacutá ti Ijexá, luego del silencio que impusieron los rituales, hoy también puede hacerlo públicamente:
Iku ô Iku ô dabá ra jô ma boiá
Axexê, axexê
Até mais, meu amigo, parceiro, camará!
Babá mi, sua benção!